Un estado de ánimo, ¿o es de desánimo?
Tal vez. En cuanto pesamos nuestra existencia nos ponemos a
filosofar inútilmente sobre el sentido de la vida y, lo que es peor, acerca del
sentido de nuestra vida.
Crisis, y más crisis. Noticias, hasta el gorro de las
noticias. España y mucha España aunque uno quisiera que, mucha España, fuera
siempre. Tontos, tontos del culo, que cada vez abundan más. Amor, mucho amor. Amor de calidad, del bueno,
aunque hoy no estés aquí, amor.
Y ahora alterno mi prosa con la prosa inventada. Porque parece
ser que es conveniente cambiar, evolucionar, aceptar lo diferente (esto va por
algunos que yo me sé).
Recuerdo las palabras pronunciadas por un reverendo en una
iglesia, donde, dando lectura a la carta de los corintios, que luego fuera
llevada a la música por Perales, afirmaba que no se puede vivir con rencor. Y a
uno que aquí escribe le entró la risilla floja, aunque callada, y a su vez la
indignación.
Gentes que esconden su opinión para esconder su
dignidad, gentes que van de lado y cuando van de frente expulsan al de al lado,
gentes que sudan, gentes que rizan el rizo en vez de reconstruirlo. Quedaría
más mono ¿no?
Entre gentes, a veces también son autocríticas, un estado de
ánimo me invade, me expulsa de la silla y me hace caer al desván de los
pensamientos inertes. Ese en el que nos dejamos llevar por los recuerdos
recientes y pasados, y por el tedio de la apatía veraniega. ¡Que pase ya leches,
que pase!