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jueves, 27 de septiembre de 2012

Una voz dulce...



Tiene una voz dulce, muy aguda. Casi de cuento infantil.
Su indumentaria siempre es la misma. Una simple camiseta y ahora, con el otoño, una rebeca. Siempre que me ve sonríe y se ríe. Cuando me acerco, enseguida expresa un lamento seguido de esa sonrisa, como infantil.

Ignoro cómo se llama aunque parece que mi madre la conoce. Por lo visto son viejas conocidas de la pequeña ciudad, debían ser clienta-vendedora o a lo mejor amigas.

Me transmite una enorme ternura y a la vez tristeza. Siempre está sola, en el hall de la residencia, entre la primera y tercera planta. Sola, en su silla de ruedas, con sus lamentos y su eterna sonrisa, mientras las chicas de planta atienden a los demás residentes. Sola con su sonrisa, como desafiando el tiempo y los males que le achacan a su edad. Cuando me acerco y le preguntó que tal está hoy me responde siempre igual: con un soplido, su voz como de castrato y su sempiterna sonrisa.

Otras veces me la encuentro en el gimnasio, escribiendo letras en un folio. Ensimismada en su tarea. Por un momento se le ve feliz. Tiene una tarea y se afana en ello. Cuando paso me regala otra de sus sonrisas y risas. La fisioterapeuta rápidamente se la lleva a la habitación y ella vuelve a sonreír. Nunca se queja…sus lamentos son amables y tiernos.

Quisiera saber de ella y a la vez, cuando llego al geriátrico, me escondo para no verla. Para que no se me forme un nudo en la garganta, como siempre.

Me pregunto si tendrá o no familia. Si es que acaso llegó un día del mar y decidió quedarse en el mundo de los vivos para ver pasar la vida. Me pregunto cómo fue su vida, que es lo que le llevó aquí. Me pregunto por no preguntar.