El Govern de la Generalitat catalana va a sacar una campaña
para combatir los, en su opinión, falsos mitos del cáncer. Dicen que no es siempre
hereditario ni lo causa el estrés. También afirman que no lo causan los
microondas. En este último tema tengo mis dudas. No me parece que estos
aparatos o las antenas de los móviles que vemos en torretas sean inocentes
criaturas que solo nos hacen la vida más cómoda o llevadera.
Respecto a los microondas para mí es de los mejores inventos
de los últimos tiempos junto al ctl+c-ctrl+v o la lavadora. Nos hacen la vida
mas fácil, nos ahorran tiempo pero poco a poco nos estamos viendo invadidos por
chismes y chismes técnicos.
Aunque dentro de poco no me quede más remedio que renegar de
mis palabras (o no), digo bien alto en el día de hoy que me niego a someterme
al imperio tecnológico.
Ya estamos lo suficientemente acompañados de tecnología a
todas horas como para ponerme unas gafitas que me indiquen a qué temperatura
está el plato de macarrones con tomate que acabo de sacar del microondas.
También expreso un no rotundo a sacar un aparatito para leer
–que puede ser todo lo delgado, fino y seguro que quieras– mientras me sumerjo
plácidamente en ese rincón de libertad –cuando uno está soltero y libre– que es
mi cama. Y lo dice una persona que necesita laboralmente y
socialmente estar conectado casi todo el día. Por eso precisamente, porque
cansa, me niego a vivir más rodeado de lo último.
Quiero tumbarme en mi sofá o en mi sobre y palpar las
mágicas hojas de un libro, sentir su olor y su peso mientras imagino conceptos
y me remonto a tiempos remotos. Deseo vivir como siempre he vivido cuando llego
a mi casa y me pongo a cocinar o a descansar, sin que la dichosa melodía del
Wasahp o un futuro pitido de carga de un humedecedor de pies con Bluetooth y wifi me despierten y perturben mi intimidad y
sosiego.
¿Tecnología? Claro que sí, pero sin que me controlen ni me
conviertan en un robots estresado y en perpetuo estado on.