He vuelto a ver, tras pasados unos años, el filme Lorca, Muerte de un Poeta.
No me acuerdo cuando fue la última vez que la visioné, debió ser en la tele porque también fue una serie. Solo tenía recuerdos aislados al ser tan joven. Me acordaba de la cara del protagonista Nickolas Grace, no confundir con Nicolas Cage, aunque el parecido físico pueda llevar a lo contrario. Es curioso porque hasta el nombre guarda similitud.
Lorca, Muerte de un poeta, reconstruye las últimas horas en la vida del genial poeta andaluz en su tierra natal, Granada.
Lorca, en Agosto de 1936, cuando estaba empezando a cosechar éxitos con sus poemas y obras de teatro, decide regresar unos días a su Huerta de San Vicente, la casa de veraneo de sus padres. En la finca familiar se va enterando del alzamiento nacional y concretamente de la riada de fusilamientos, asaltos y cañonazos que sacuden, de un día para otro, a la ciudad nazarí.
La película, con un asombroso y ejemplar realismo, deja al espectador asombrado, patidifuso de todo lo que el ser humano puede ofrecer, de toda la increíble crueldad que la sinrazón genera.
Hay una escena que, especialmente, me ha llamado la atención. Cuando las tropas militares reciben la orden de abrir fuego contra la población, en mitad de una calle céntrica, se ponen a disparar contra mujeres, ancianos y niños. Uno al ver dicha escena no puede quedar impasible. Le asaltan muchas preguntas sin respuesta y, precisamente, la película consigue así su propósito: remover las adormecidas conciencias y escenificar la realidad, aunque parezca ficción.
Fielmente recreada, no es la primera vez que se alude a Lorca y a su Granada como recurso cinematográfico. Desconozco si fue la primera pero ese binomio ha servido para producir otro filme, La luz Prodigiosa, en la que se especulaba con la idea de que Lorca no hubiese muerto y estuviera vivo, vagabundeando por las calles Granadinas sin que nadie lo supiera. Recuerdo, especialmente, la fantástica banda sonora de Ennio Morricone (capítulo aparte le dedicaré a este maestro de las bandas sonoras) interpretada por la portuguesa Dulce Pontes.
En Lorca, Muerte de un Poeta, se nota la mano de Ian Gibson, biógrafo de Federico y cuya semblanza recomiendo encarecidamente.
Para rendirle un pequeño y humilde homenaje al tío Fede ahí incluyo una composición, desconocida para mí hasta hace poco.
Ay voz secreta del amor oscuro
Ay voz secreta del amor oscuro
¡ay balido sin lanas! ¡ay herida!
¡ay aguja de hiel, camelia hundida!
¡ay corriente sin mar, ciudad sin muro!
¡ay balido sin lanas! ¡ay herida!
¡ay aguja de hiel, camelia hundida!
¡ay corriente sin mar, ciudad sin muro!
¡Ay noche inmensa de perfil seguro,
montaña celestial de angustia erguida!
¡ay perro en corazón, voz perseguida!
¡silencio sin confín, lirio maduro!
montaña celestial de angustia erguida!
¡ay perro en corazón, voz perseguida!
¡silencio sin confín, lirio maduro!
Huye de mí, caliente voz de hielo,
no me quieras perder en la maleza
donde sin fruto gimen carne y cielo.
no me quieras perder en la maleza
donde sin fruto gimen carne y cielo.
Deja el duro marfil de mi cabeza,
apiádate de mí, ¡rompe mi duelo!
¡que soy amor, que soy naturaleza!
apiádate de mí, ¡rompe mi duelo!
¡que soy amor, que soy naturaleza!