Al hilo de una discusión reciente en la Fundación Española
de la Tartamudez, me viene a la mente otra que llevaba yo con unos amigos y
amigas catalanes, en el encuentro anual de dicha Fundación en Valencia, hace
unos cuantos años. En aquella ocasión y, en mi caso, llevado por el ímpetu
joven del que está probando caminos nuevos insospechados, departíamos
amigablemente en la terraza de un bar acerca de si los tartamudos debíamos o no
ponernos límites en nuestra vida laboral o social.
Recuerdo que mis compañeros, a los que nunca más he vuelto a
ver desgraciadamente, opinaban que si que tenemos unos ciertos límites a la
hora de realizar tareas para los que una persona fluida (léase la que no es
tartamuda ni por asomo), ahora vengo leyendo que se denominan normofluidas, se
basta y se sobra. Y yo les debatía ese concepto, para mí erróneo. Y poníamos
como ejemplo el caso de un controlador aéreo, y yo con mi natural desparpajo,
sin pensar ni reflexionar, me lanzaba a afirmar que no hay límites, que éramos
nosotros los que nos infringíamos ese castigo de autoimponernos límites. Que
cualquier persona tartamuda podía dirigir el tráfico aéreo de un aeropuerto con
la misma facilidad que una fluida.
Hoy, muchos años después, con varias mochilas a la espalda,
un espíritu más sereno y reflexivo y, sobretodo, con mucha experiencia vivida
en torno a la tartamudez, concretamente a mi tartamudez que es la que importa, reniego
de aquellas opiniones vertidas por mi persona pero no en su totalidad, sino en
partes. Habría que matizar...y para eso me explico.
Para empezar, no niego que haya que esconder la tartamudez o
no aceptarla, por supuesto. Quienes me conocer saben que opino todo lo
contrario, es el único camino para ser un poco más felices. Tampoco niego que
sea recomendable poder superarse, no ponerse límites ni fronteras... es más,
animo a mis allegados a que se crezcan ante las adversidades, tengan la
limitación que tengan. Tener una aptitud vitalista, positiva y de superación es
clave para superar las dificultades y trabas que la vida nos pone a diario.
A superarse y afrontar retos, algunos lo llaman salir de la
zona de confort. Esto es matizable. Salir de la zona de confort entiendo que
hace referencia a intentar hacer frente a unas dificultades que un individuo
tiene y que tiene esa necesidad vital de superarlas. Para otros salir de la
zona de confort será afrontar nuevos retos porque se lo pide el cuerpo (o vete
a saber, lo mismo es la pareja que es una aventurera). Pero si estamos hablando
de salir de la zona de confort para saltar al vacío sin paracaídas o llevar una
vida de sufrimiento y complicaciones de todo tipo, hay que preguntarse qué es
lo resaltable o interesante de salir de la zona de confort.
Pero respecto al tema que íbamos a tratar, el de los
límites, ¿es correcto afirmar que el ser humano no tiene límites? ¿Puede un
atleta que se haya quedado cojo correr una maratón a igual ritmo que otro que
no lo sea? ¿Es válido, ético, aceptable o normal que una persona con tartamudez
severa trabaje de comercial sabiendo que no va a poder ejercer su labor
profesional al igual que una persona no tartamuda?
Respecto a la primera pregunta, cada persona tiene unas
capacidades pero no todos tenemos las mismas, bien porque no se tiene ese don
innato, no se ha ejercido o porque no se puede, simplemente, por problemas
físicos, psíquicos o psicológicos. A la segunda pregunta se le responde muy
rápidamente y no creo que merezca la pena comentarla porque no hay un sí.
Y con respecto a la última interrogación la cosa cambia. Estamos
hablando de que un tartamudo (el tema de que siente y padece un tartamudo da
para otro tema mucho más largo puesto que no es solo la dificultad para hablar
sino la ansiedad, estrés, nerviosismo, dolores, salud...asuntos desconocidos
para una persona fluida) en el que su primera dificultad es hablar fluidamente
(no digo rápido sino fluido) se tiene que enfrentar a un trabajo diario de ocho
horas o más en el que va a tener que usar como vehículo de trabajo y de comunicación,
precisamente, lo que menos puede usar. Y no lo digo solo por la incomodidad
social o psicológica, que eso en mi caso está superado, sino por la física, que
es la que realmente me importa. Porque
el esfuerzo físico que ello conlleva en tartamudos como yo es realmente
agotador, a veces insufrible. Por no decir del después: agarrotamientos,
tensiones musculares, sensación de cansancio y abatimiento, etc. Seguramente
que muchos tartamudos severos sabrán de lo que digo.
Por supuesto todo
tartamudo tiene el derecho de trabajar donde le plazca (derecho hasta hace poco
no reconocido en determinados estamentos institucionales) y si es apto o no para
este trabajo dependerá del grado y tipo de tartamudez,y de su valía personal y profesional. ¿Porqué del
grado y tipo de tartamudez? Porque sencillamente no es lo mismo un tartamudo
severo que uno ocasional o leve. El severo, como es mi caso, es consciente de
sus limitaciones porque ahí están, no las puede ni debe esconder. Eso no quita
que haya tartamudos severos muy válidos para este u otros oficios y que haya
tartamudos severos que a veces son fluidos. Pero es que eso es la tartamudez,
muy cambiante y personal. Cada uno tenemos un tipo de tartamudez. Y va unida a
unos factores sociales, genéticos, físicos o psíquicos que delimitan nuestro
quehacer cotidiano. Por lo tanto no todos podemos hacer lo mismo aunque el
hacer o dejar de hacer depende de muchos condicionantes, y los secretos de la
mente son insospechados.
Ahora juzguen ustedes ¿Hay límites o nos creamos nosotros
siempre los límites?