La verdad es
que no es tanto el querer como el poder.
Queremos tantear
la idiosincrasia del amor y ser conscientes de que tanto las palabras bellas
como su entorno abarrotan nuestra aletargada consciencia día y noche. Y no
podemos, a pesar de que cada persona que nos rodea tiene un psicólogo dentro
que le atormenta y decide sacarlo, para nuestro tormento, valga la redundancia.
Queremos
amar como nunca nos han amado y apreciar las pequeñas cosas de la vida en un
estado febril donde confluyan el cielo y la tierra, un éxtasis continúo. Queremos
que cada día vengan emociones impuras que nos lleven al país de Nunca Jamás. Puras
ilusiones que no hacen sino esconden el verdadero propósito de la vida, estar
con el corazón contento a cada paso que damos, en cada instante…
¿Podemos? ¿Podemos
vivir la única y breve vida que tenemos sin que esta haya sido un sendero de
lágrimas…o de parches mal tapados pero que nos han ayudado a sobrevivir? ¿queremos
que el sentido de nuestra existencia sea el de sobrevivir?
El del quinto
A de al fondo del pasillo ve con buenos ojos los rutinarios aconteceres del
señor barrigudo del cuarto derecha. Para él sus hábitos, vistos y comprobados
desde hace más de veinte años, son una seria aspiración, una meta ineludible dado
que, a día de hoy sus recursos, los recursos del jovencito del quinto A, están
mermados por el elevado precio del alquiler y por el sueldo de mierda que tiene
en esa empresa donde no desea volver.
El señor
barrigudo del cuarto derecha se sienta todas las tardes en el largo y envejecido
sofá y allí observa la tele hasta las once de la noche. Mientras tanto su mujer
le ha preparado la cena y acompañado en el zapping diario. Así hasta los fines
de semana. Solo los sábados cambian de hábitos y toman unas cañas por el bario hasta
bien entrada la noche. El señor barrigudo del cuarto derecha lleva una vida
modesta pero no sufre de estrés ni tiene problemas de ningún tipo.
La lozana y
esbelta señorita del primero izquierda, sin embargo, es todo lo contrario. No
para, no se le ve por casa…y cuando aterriza en el minúsculo apartamento no
sale de su habitación y del cuarto de baño. A pesar de sobrepasar los cuarenta
años, la simpática muchacha lleva una vida ajetreada, demasiado ajetreada. Cada
día viaja de un país a otro. Exigencias del trabajo en el que se emplea. Y
parece que se ha acostumbrado tanto a esa agitación constante que los fines de
semana su cuerpo le pide marcha, como si tuviera en el cuerpo una droga que le
impidiera parar. Y en las mejores terrazas de la Castellana se le puede ver
rodeada de cuerpos gloriosos y Martinis rojos, en los guateques de más alto standing
de la capital. Supongo que esta bella y retocada joven echará mano de las
pastillas cuando por fin se tumba en su colchón de plumas.
¿Y tú que
eliges? ¿Quieres ponerte en el lugar del rutinario pasivo o de la alocada
viajera? ¿Quieres, puedes?