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miércoles, 5 de junio de 2019

¿Quieres o puedes?


La verdad es que no es tanto el querer como el poder.

Queremos tantear la idiosincrasia del amor y ser conscientes de que tanto las palabras bellas como su entorno abarrotan nuestra aletargada consciencia día y noche. Y no podemos, a pesar de que cada persona que nos rodea tiene un psicólogo dentro que le atormenta y decide sacarlo, para nuestro tormento, valga la redundancia.

Queremos amar como nunca nos han amado y apreciar las pequeñas cosas de la vida en un estado febril donde confluyan el cielo y la tierra, un éxtasis continúo. Queremos que cada día vengan emociones impuras que nos lleven al país de Nunca Jamás. Puras ilusiones que no hacen sino esconden el verdadero propósito de la vida, estar con el corazón contento a cada paso que damos, en cada instante…

¿Podemos? ¿Podemos vivir la única y breve vida que tenemos sin que esta haya sido un sendero de lágrimas…o de parches mal tapados pero que nos han ayudado a sobrevivir? ¿queremos que el sentido de nuestra existencia sea el de sobrevivir?

El del quinto A de al fondo del pasillo ve con buenos ojos los rutinarios aconteceres del señor barrigudo del cuarto derecha. Para él sus hábitos, vistos y comprobados desde hace más de veinte años, son una seria aspiración, una meta ineludible dado que, a día de hoy sus recursos, los recursos del jovencito del quinto A, están mermados por el elevado precio del alquiler y por el sueldo de mierda que tiene en esa empresa donde no desea volver.

El señor barrigudo del cuarto derecha se sienta todas las tardes en el largo y envejecido sofá y allí observa la tele hasta las once de la noche. Mientras tanto su mujer le ha preparado la cena y acompañado en el zapping diario. Así hasta los fines de semana. Solo los sábados cambian de hábitos y toman unas cañas por el bario hasta bien entrada la noche. El señor barrigudo del cuarto derecha lleva una vida modesta pero no sufre de estrés ni tiene problemas de ningún tipo.

La lozana y esbelta señorita del primero izquierda, sin embargo, es todo lo contrario. No para, no se le ve por casa…y cuando aterriza en el minúsculo apartamento no sale de su habitación y del cuarto de baño. A pesar de sobrepasar los cuarenta años, la simpática muchacha lleva una vida ajetreada, demasiado ajetreada. Cada día viaja de un país a otro. Exigencias del trabajo en el que se emplea. Y parece que se ha acostumbrado tanto a esa agitación constante que los fines de semana su cuerpo le pide marcha, como si tuviera en el cuerpo una droga que le impidiera parar. Y en las mejores terrazas de la Castellana se le puede ver rodeada de cuerpos gloriosos y Martinis rojos, en los guateques de más alto standing de la capital. Supongo que esta bella y retocada joven echará mano de las pastillas cuando por fin se tumba en su colchón de plumas.

¿Y tú que eliges? ¿Quieres ponerte en el lugar del rutinario pasivo o de la alocada viajera? ¿Quieres, puedes?

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