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miércoles, 15 de junio de 2011

Momentos

22.30 p.m….Ayer. Portal de mi casa.  Existen momentos en que lo cotidiano, la normalidad que solemos hacer, las consideraciones, nuestra rutina se altera. Nuestras prioridades nos parecen una mierda y nos sentimos unos indeseables.

Encuentro con mi vecino que debe estar enfermo de cáncer o alguna enfermedad grave debe estar pasando. No me atrevo a preguntarle. Su mujer lo lleva en la silla de ruedas y el hombre, que debe de rondar los 70 años, se le ve muy desmejorado…el pelo casi inexistente…sonrisa disimulada en la cara…Recuerdo que la última vez que lo vi me preguntaba por su equipo de fútbol preferido, afortunadamente se le veía feliz porque lo ganaba todo. Andaba pero se quejaba de su rodilla. Ayer me volvió a preguntar por él. Se me hace un nudo en la garganta y solo puedo contestarle que es un gran equipo. Lo despido sujentandoles la puerta y me pregunto si será la última vez que lo vea…

No puedo evitar pensar en él y en la justicia o injusticia de la vida.

19.15 pm…Sábado. Hoz del Júcar. Primer día de calor veraniego en mi comarca. Son las siete de la tarde y la hoz del río Júcar, cerca de la ciudad, es el único paraje donde corre el aire y se agradece estar. Me adentro hasta el puente de la hidroeléctrica y me dispongo a correr. La naturaleza me invade, me prende….Grupos de escaladores abarrotan las inverosímiles rocas de la margen izquierda…suena en mis cascos Always on my mind, de Elvis…un ciclista ataviado para la ocasión toma la curva y me rebasa. Me acerco a la desembocadura del camino de San Julián…siempre me han dado ganas de perderme entre la serpenteante subida y continuar mas allá, encontrar quizás el imaginario camino que me lleve a una nueva despertar, a lo desconocido…no conozco sitio mas solitario que este.

Pasan a mi lado una familia completa con sus mochilas y bicis, llegarán de hacer picnic mas adelante…donde el rio fluye mas manso y verde. En la otra orilla del meandro, donde las rocas se convierten en asientos naturales, una muchacha pelirroja con aires de punk toma el sol tumbada en su toalla multicolor y su perro persigue insectos a su alrededor.

No es un parque, aunque esté casi integrado en la ciudad…Es un oasis, un hábitat donde todo aquel que busca el karma, el reposo, contacto con la naturaleza, aislarse de lo cotidiano…lo encuentra.

Una mujer, vestida elegantemente, 40 años, bolso en mano, cruza el puente y se sienta en el embarcadero frente a la cascada. Apoya su mano derecha en su cara y se queda mirando fijamente el horizonte…Me pregunto que pensará.

Un rato mas tarde, tras el ejercicio, me siento en una de esas piedras calizas. Está caliente, el sol la ha enardecido hasta hace bien poco. El lecho del río refleja los troncos de los chopos y sauces y allá arriba la ciudad alta se viste de colores cálidos. Que buen momento para recordar algunas frases del poema de Gerardo Diego:

Agua verde, verde, verde,
agua encantada del Júcar,
verde del pinar serrano
que casi te vio en la cuna...

...Cuenca, toda de plata,
quiere en ti verse desnuda,
y se estira, de puntillas,
sobre sus treinta columnas.

miércoles, 1 de junio de 2011

De hoteles y otras hierbas...

Los hoteles siempre han tenido una extraña fascinación en mí. Desde que bien pequeño veraneaba con mis padres en el excéntrico Benidorm de aquella época hasta hoy en día, no sé que tienen estas residencias de huéspedes, que no me dejan indiferente.
Claro que hay que diferenciar entre un hotel limpio y cuidado a uno innombrable.

Recuerdo aquella vez, en Denia creo recordar, pasando el típico descanso vacacional en familia rodeado de agradables peleas fraternales, chiringuitos de playa con musculitos y barrigones luciendo tanga, granitos de arena quemando tus pies, pieles rojas procedentes de guirilandia, hamacas que no había dios que las cerrara…en la me gustó tanto el hotel que casi no salí de él en los cuatro o cinco días que estuve. Y es que por primera vez tenía una habitación para mi solito. Basta recordar al lector, que siendo como soy el pequeño de seis hermanos, uno no durmió solo hasta bien entrada la pubertad. Es curioso porque ahora me pasa lo contrario y deseo estar acompañado.

Creo que aquella vez fue mi primera emancipación, aunque pagada con el dinero de mis padres claro. Ni en los campamentos a los que asistí me había encontrado tan libre.
Eso de tener tu bedroom con vistas al mar, que es más bonito por la noche que por el día. Oír el sonido de las olas, descansar en tu camita a cuerpo de rey, etc. ¡Ay esas vacaciones de la inocencia!

Cuando uno va a una ciudad grande o turístico-playera le chocan varias cosas y si uno de de provincias más. Por mucho que repita no dejarán de sorprenderme.
La primera diferencia es la mirada, mejor dicho las miradas. En una ciudad pequeña casi todo el mundo se mira o cotillea cuando vas por la calle, en pueblos mucho más, ahí no disimulan. En cambio, en la metrópoli cada uno va a su bola. Eso me produce envidia.
Otra diferencia es la diversidad de fauna urbana que hay. No solo uno se queda aturdido y se ve así mismo un Paco Martinez Soria al contemplar tanta pluralidad y calidad del sexo contrario sino que también se asombra del paisanaje  urbanita y sus costumbres. Aunque al tener Madrid relativamente cerca a este tema me voy habituando más.
Ahora, sobre todo en ciudades playeras, se ha puesto de moda la bici y ya hasta con el perro junto a ella se pasea. En esto también envidio a este tipo de ciudades.
Hay cosas curiosas como los mensajes y noticias en las pantallas de los autobuses: que si Alberto de Mónaco ha ofrecido un banquete a no sé quién, que si es bueno comer kiwi porque tiene vitamina no se cual…

Volviendo al tema inicial, en un hotel me halagan las habitaciones limpias y con cuadros pintorescos, el saber que al día siguiente me iré sin hacer la cama ni recoger toallas o lavar nada, la comida, si es aceptable. Por una vez dejamos salir el vago y la gula que llevamos dentro y nos saltamos dietas con ese buffet que parece no terminar nunca. ¡Ay el buffet!, quien lo inventó merece un reconocimiento.

Ahora no suelo casi viajar solo. Cuando lo hago tienen la costumbre de incluirme más cosas de las que necesito. Abro la ventana, echo un vistazo a la habitación, vislumbro dos camas, la segunda vacía, y, de momento la melancolía y la soledad aparecen para darme las buenas noches. 

Mejor viajar solo que mal acompañado dicen por ahí. No sé, prefiero hacerlo bien acompañado. ¡Hasta mañana!