Los hoteles siempre han tenido una extraña fascinación en mí. Desde que bien pequeño veraneaba con mis padres en el excéntrico Benidorm de aquella época hasta hoy en día, no sé que tienen estas residencias de huéspedes, que no me dejan indiferente.
Claro que hay que diferenciar entre un hotel limpio y cuidado a uno innombrable.
Recuerdo aquella vez, en Denia creo recordar, pasando el típico descanso vacacional en familia rodeado de agradables peleas fraternales, chiringuitos de playa con musculitos y barrigones luciendo tanga, granitos de arena quemando tus pies, pieles rojas procedentes de guirilandia, hamacas que no había dios que las cerrara…en la me gustó tanto el hotel que casi no salí de él en los cuatro o cinco días que estuve. Y es que por primera vez tenía una habitación para mi solito. Basta recordar al lector, que siendo como soy el pequeño de seis hermanos, uno no durmió solo hasta bien entrada la pubertad. Es curioso porque ahora me pasa lo contrario y deseo estar acompañado.
Creo que aquella vez fue mi primera emancipación, aunque pagada con el dinero de mis padres claro. Ni en los campamentos a los que asistí me había encontrado tan libre.
Eso de tener tu bedroom con vistas al mar, que es más bonito por la noche que por el día. Oír el sonido de las olas, descansar en tu camita a cuerpo de rey, etc. ¡Ay esas vacaciones de la inocencia!
Cuando uno va a una ciudad grande o turístico-playera le chocan varias cosas y si uno de de provincias más. Por mucho que repita no dejarán de sorprenderme.
La primera diferencia es la mirada, mejor dicho las miradas. En una ciudad pequeña casi todo el mundo se mira o cotillea cuando vas por la calle, en pueblos mucho más, ahí no disimulan. En cambio, en la metrópoli cada uno va a su bola. Eso me produce envidia.
Otra diferencia es la diversidad de fauna urbana que hay. No solo uno se queda aturdido y se ve así mismo un Paco Martinez Soria al contemplar tanta pluralidad y calidad del sexo contrario sino que también se asombra del paisanaje urbanita y sus costumbres. Aunque al tener Madrid relativamente cerca a este tema me voy habituando más.
Ahora, sobre todo en ciudades playeras, se ha puesto de moda la bici y ya hasta con el perro junto a ella se pasea. En esto también envidio a este tipo de ciudades.
Hay cosas curiosas como los mensajes y noticias en las pantallas de los autobuses: que si Alberto de Mónaco ha ofrecido un banquete a no sé quién, que si es bueno comer kiwi porque tiene vitamina no se cual…
Volviendo al tema inicial, en un hotel me halagan las habitaciones limpias y con cuadros pintorescos, el saber que al día siguiente me iré sin hacer la cama ni recoger toallas o lavar nada, la comida, si es aceptable. Por una vez dejamos salir el vago y la gula que llevamos dentro y nos saltamos dietas con ese buffet que parece no terminar nunca. ¡Ay el buffet!, quien lo inventó merece un reconocimiento.
Ahora no suelo casi viajar solo. Cuando lo hago tienen la costumbre de incluirme más cosas de las que necesito. Abro la ventana, echo un vistazo a la habitación, vislumbro dos camas, la segunda vacía, y, de momento la melancolía y la soledad aparecen para darme las buenas noches.
Mejor viajar solo que mal acompañado dicen por ahí. No sé, prefiero hacerlo bien acompañado. ¡Hasta mañana!
Hola primo.
ResponderEliminarA mi tambien tienen algo que me atraen, sobre todo esos que aún guardan la linea de los años 70 u 80. Siempre me llama sobremanera su bar, su barra nocturna de copas, en las que siempre te encontraras un Bill Murray en "Lost in translatión", arrrándole solo y meláncolico al whisky y fumando en esos ceniceros cuadrados y gigantescos al lado..
Toni.
Saludos.
Jaja, sí, es verdad.De echo en la costa existen muchos de ese estilo aún y tienen su toque nostálgico y trasnochado que le hacen especiales. A mi también me molan. Un abrazo
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