Vivimos instalados en la aceleración, en la rapidez acelerada. No tenemos un segundo para pararnos y contemplar nuestro alrededor, para apreciar el silencio y el rozar del viento en nuestra cara. No tenemos un segundo para detener el tiempo y sentir las palabras.
El motor que nos mueve lleva sus revoluciones y nosotros no soltamos el pedal del acelerador. Cada vez tocamos menos el del freno. Se nos olvida que somos ante todo animales y que formamos parte de la madre naturaleza, que tenemos nuestros procesos vitales y que todo lleva su ritmo y que no puede ser alterado por un hábito, soluciones tecnológicas o por un trabajo estresante.
Cada vez hablamos más rápido y nos cuesta entendernos, nos dificulta esclarecer el significado de determinadas frases o palabras.
En mi caso particular, tartamudo para más señas, no es nada grato vivir entre tanta celeridad. Bien es conocido que para que un tartamudo pueda sentir la fluidez en su habla es necesario, casi siempre, que haya un proceso respiratorio y de control de la conversación que facilite el formular las palabras sin ningún bloqueo. Este proceso se realizará mas adecuadamente cuanto más tranquilidad y lentitud perciba y ponga en práctica el emisor tartamudo.
Por tanto las prisas no son buenas consejeras en un individuo con tartamudez.
Una de las dificultades que tiene un tartamudo o disfémico es cuando su interlocutor está loco por interrumpirle o cuando aquel percibe que esta persona es nerviosa o no trasmite tranquilidad. Teniendo en cuenta que no hay un caso igual que otro y que todo no vale en su mismo grado para todos, es de recibo pedir a la gente un poco de calma. No por el bien de toda aquella persona tartamuda sino por el de toda la sociedad en general.
Hay personas instaladas en el nerviosismo puro, en la agitación constante. No se pueden estar quietas, son felices o no en ese estado. Lo han adoptado como suyo y no conocen o no pueden acoplarse a otro. Esas personas suelen contagiar o transmitir su forma de ser al resto de seres que acostumbramos a tratar con ellos. A veces se da el caso contrario.
El que aquí escribe siempre se ha caracterizado por un cierto nerviosismo o agitación constante que afortunadamente va cambiando poco a poco debido a los años, una cierta rutina y un incuestionable estado de relajación eventual. Y en ese paso de solido a gaseoso uno se da cuenta que gana en calidad de vida y aprecia las cosas de la vida de otra manera. Donde antes dormía mal ahora uno descansa de maravilla, donde habían rencores y rencillas ahora hay un paz interior que ya la quisiera para sí el Dalai Lama.
Luego sale a la calle y enseguida percibe el cambio de ritmo, las ligerezas, las caras largas….El panadero no tiene tiempo de atenderte como es debido porque tiene prisa, la jefa te exige porque tiene prisa, el que conduce el Opel Corsa te pita en el semáforo antes de que se ponga en verde porque tiene prisa…
Es perfectamente justificable que en estos tiempos que corren, por causas laborales o familiares tengamos un estrés que nos impida hacer la vida como queremos pero debemos buscar siempre momentos de paz y sosiego y debemos bajar el ritmo si es posible. Nuestro cuerpo y nuestra alma nos lo agradecerán.
Yo os lo agradeceré.
Totalmente de acierdo David. Comondiven el La Palma. La prisa mata Migo.
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