La rabia me aprieta cuando quiero rememorar muchos de ellos, significativos en
mi vida y, que en mayor o menor medida, han sido alegres, y no consigo revivir el momento.
Qué envidia la gente que no siente esta especie de alzheimer en plena juventud y que tiene tal memoria prodigiosa que podría recitar las tres cuartas partes de La Biblia de carrerilla.
Tengo grabado en la memoria aquel soneto de Don Antonio Machado en que cantaba a ese olmo viejo y seco en la colina que lame el Duero. Aquel poema de adolescencia pasada en la consulta de aquel logopeda que tenía voz de tenor y cuerpo espigado. Aun conservo los ecos de aquel aparato que marcaba los dichosos tiempos de mi vida. Tumbado en la camilla y deseoso de que acabara la pesada sesión semanal para poder irme a la clase. Claro que cuando llegaba a clase estaba deseando que terminara la insufrible hora lectiva sin que me preguntaran y poder irme a mi casa.
El poema de mi, por entonces desconocido y luego idolatrado, Machado, lo tenía que recitar al ritmo de ese (metrómetro creo que se llamaba) dichoso tic tac que marcaba las horas. Antes, las sesiones de relajación tumbado en la cama del diminuto estudio, añadían aún más un tedio horroso a todo lo que fuera un gabinete de un logopeda o spicólogo.
Por entonces un ingenuo chaval como yo no entendía que la Tartamudez era una cualidad que me iba a acompañar a lo largo de mi vida y que perdía el tiempo en intentar curarla. Mi desconocimiento hacia la causa era lógico y brutal.
Como tantos otros y otras que han pasado por lo mismo, la causa se aprende con la experiencia y la aceptación es el paso, no a la curación porque no hay panacea, sino al desahogo y la despreocupación que tantos problemas generaba.
Gracias en parte a Serrat retomé la lectura de maravillosos poemas como este que aquí incluyo. ¡Grande Machado!
A UN OLMO SECO
Al olmo viejo, hendido por el rayo
y en su mitad podrido,
con las lluvias de abril y el sol de mayo.
algunas hojas nuevas le han salido.
¡El olmo centenario en la colina
que lame el Duero! Un musgo amarillento
le mancha la corteza blanquecina
al tronco carcomido y polvoriento.
No será, cual los álamos cantores
que guardan el caminojy la ribera.
habitado de pardos ruiseñores.
Ejército de hormigas en hilera
va trepando por él, y en sus entrañas
urden sus telas grises las arañas,
Antes que te derribe, olmo del Duero.
con su hacha el leñador, y el carpintero
te convierta en melena de campaña.
lanza de carro o yugo de carreta:
antes que rojo en el hogar, mañana.
ardas de alguna mísera caseta,
al borde de un camino;
antes que te descuaje un torbellino.
y tronche el soplo de las sierras blancas;
antes que el río hasta la mar te empuje
por valles y barrancas,
olmo quiero anotar en mi cartera
la gracia de tu rama verdecida.
Mi corazón espera
también, hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera.
y en su mitad podrido,
con las lluvias de abril y el sol de mayo.
algunas hojas nuevas le han salido.
¡El olmo centenario en la colina
que lame el Duero! Un musgo amarillento
le mancha la corteza blanquecina
al tronco carcomido y polvoriento.
No será, cual los álamos cantores
que guardan el caminojy la ribera.
habitado de pardos ruiseñores.
Ejército de hormigas en hilera
va trepando por él, y en sus entrañas
urden sus telas grises las arañas,
Antes que te derribe, olmo del Duero.
con su hacha el leñador, y el carpintero
te convierta en melena de campaña.
lanza de carro o yugo de carreta:
antes que rojo en el hogar, mañana.
ardas de alguna mísera caseta,
al borde de un camino;
antes que te descuaje un torbellino.
y tronche el soplo de las sierras blancas;
antes que el río hasta la mar te empuje
por valles y barrancas,
olmo quiero anotar en mi cartera
la gracia de tu rama verdecida.
Mi corazón espera
también, hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera.
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