Sí, con el tiempo se puede. Claro que se puede.
Sí, la vida merece la pena.
No te hagas más esa pregunta.
Te van a dar por todas partes. Aunque te cubras con una coraza o te vayas a la luna para, por completo, desaparecer, seguro que algo te pasará.
Alguna persona en la que confiabas, un día señalado, te pondrá triste; algún malnacido cuervo, justo cuando el cielo estaba despejado, te cagará encima; o el autobús de las ocho se habrá marchado justo en el instante en que, corriendo como un loco, llegues a la parada.
Seguro que el día más feliz de tu vida recibes una mala noticia, Dios no quiera que sea una desgracia. La chica a la que amas con locura, aquella a la que juraste amor eterno, volverá a la Madre Tierra.
O algunos de tus familiares son presa de una maldita epidemia, de ese maldito cáncer que a todos nos golpeará en algún momento de la vida... Y tú te ves impotente, sin saber qué hacer... preguntándote porqué a ti.
Te podrás pasar décadas maldiciendo tu existencia y la del creador. Acabarás abrazando la fe como último recurso o para la indeseada consulta del psicólogo sustituir. Llegarás exhausto al último peldaño de la escalera vital y te seguirás preguntando porqué a ti.
Y cuando sientas ese inmenso vacío en tu corazón dejarás de una vez por todas la senda equivocada. Y por fin empezarás a dar gracias.
Estar agradecido será tu salvación. No me preguntes porqué lo sé. Te aseguro que es así. Ser feliz internamente será la barca con la que navegar con rumbo fijo, viento en popa a toda vela.
Porque, ¡escúchame! ¡La vida merece la pena! Y esto es un suspiro.
Tú, mereces la pena. Y si tú cambias, todos empezamos a navegar a la vez.
Se puede salir, se puede sentir, se puede reír, se puede llorar. Es bonito también llorar.
¡Viva la vida! ¡Viva tú!
martes, 7 de febrero de 2017
sábado, 4 de febrero de 2017
¿De qué va la historia? Autonotas con desgarro.
Él buscaba siempre una historia que contar. Y no se daba cuenta que su propia historia era la más fascinante de entre todas las que se le pudieran ocurrir.
Pero no acababa de convencerse de ello. No tenía claro que sus vivencias pasadas o presentes fueran dignas de merecer las miradas de un solo lector que no fuera conocido suyo... o de uno de sus familiares.
Y siempre es el miedo. El miedo acaba saliendo a escena aunque no se le llame. Está presente en todos los ámbitos de la vida. Es una parte fundamental de un bucle contínuo, de la pescadilla que se muerde la cola. Una cola entrelazada, un ola de la que nunca se acaba de salir.
Y para vencer esos miedos, al final el escritor opta por rebajarse a un mero comentarista de la actualidad.
Y para ese fin, para no correr ficticios riesgos, decide emular a un intelectual, a uno de esos melancólicos críticos de cine con dos metros de patilla con los que uno, mientras este gafapasta demuestra sus reputados conocimientos cinematográficos, se podría echar una larga siesta cual documental de La Dos.
Y también, intentar estar a al altura de los televisivos copresentadores y comentaristas que en turno de mañana analizan la rabiosa y dichosa actualidad política o amorosa, con el únifo fin de que a este humilde, por no decir pobre, y miedoso escritor le invitaran a esas fiestas de etiqueta en la que solo hay que poner buena cara y una sonrisa Profiden.
Y no se daba cuenta que mientras se lo pensaba, había ideado un pequeño artículo con el que rellenar el espacio que ustedes están leyendo, si es que lo leen.
¡Ay! ¡Dichoso miedo!
Pero no acababa de convencerse de ello. No tenía claro que sus vivencias pasadas o presentes fueran dignas de merecer las miradas de un solo lector que no fuera conocido suyo... o de uno de sus familiares.
Y siempre es el miedo. El miedo acaba saliendo a escena aunque no se le llame. Está presente en todos los ámbitos de la vida. Es una parte fundamental de un bucle contínuo, de la pescadilla que se muerde la cola. Una cola entrelazada, un ola de la que nunca se acaba de salir.
Y para vencer esos miedos, al final el escritor opta por rebajarse a un mero comentarista de la actualidad.
Y para ese fin, para no correr ficticios riesgos, decide emular a un intelectual, a uno de esos melancólicos críticos de cine con dos metros de patilla con los que uno, mientras este gafapasta demuestra sus reputados conocimientos cinematográficos, se podría echar una larga siesta cual documental de La Dos.
Y también, intentar estar a al altura de los televisivos copresentadores y comentaristas que en turno de mañana analizan la rabiosa y dichosa actualidad política o amorosa, con el únifo fin de que a este humilde, por no decir pobre, y miedoso escritor le invitaran a esas fiestas de etiqueta en la que solo hay que poner buena cara y una sonrisa Profiden.
Y no se daba cuenta que mientras se lo pensaba, había ideado un pequeño artículo con el que rellenar el espacio que ustedes están leyendo, si es que lo leen.
¡Ay! ¡Dichoso miedo!
Suscribirse a:
Entradas (Atom)