Sí, con el tiempo se puede. Claro que se puede.
Sí, la vida merece la pena.
No te hagas más esa pregunta.
Te van a dar por todas partes. Aunque te cubras con una coraza o te vayas a la luna para, por completo, desaparecer, seguro que algo te pasará.
Alguna persona en la que confiabas, un día señalado, te pondrá triste; algún malnacido cuervo, justo cuando el cielo estaba despejado, te cagará encima; o el autobús de las ocho se habrá marchado justo en el instante en que, corriendo como un loco, llegues a la parada.
Seguro que el día más feliz de tu vida recibes una mala noticia, Dios no quiera que sea una desgracia. La chica a la que amas con locura, aquella a la que juraste amor eterno, volverá a la Madre Tierra.
O algunos de tus familiares son presa de una maldita epidemia, de ese maldito cáncer que a todos nos golpeará en algún momento de la vida... Y tú te ves impotente, sin saber qué hacer... preguntándote porqué a ti.
Te podrás pasar décadas maldiciendo tu existencia y la del creador. Acabarás abrazando la fe como último recurso o para la indeseada consulta del psicólogo sustituir. Llegarás exhausto al último peldaño de la escalera vital y te seguirás preguntando porqué a ti.
Y cuando sientas ese inmenso vacío en tu corazón dejarás de una vez por todas la senda equivocada. Y por fin empezarás a dar gracias.
Estar agradecido será tu salvación. No me preguntes porqué lo sé. Te aseguro que es así. Ser feliz internamente será la barca con la que navegar con rumbo fijo, viento en popa a toda vela.
Porque, ¡escúchame! ¡La vida merece la pena! Y esto es un suspiro.
Tú, mereces la pena. Y si tú cambias, todos empezamos a navegar a la vez.
Se puede salir, se puede sentir, se puede reír, se puede llorar. Es bonito también llorar.
¡Viva la vida! ¡Viva tú!
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