Él buscaba siempre una historia que contar. Y no se daba cuenta que su propia historia era la más fascinante de entre todas las que se le pudieran ocurrir.
Pero no acababa de convencerse de ello. No tenía claro que sus vivencias pasadas o presentes fueran dignas de merecer las miradas de un solo lector que no fuera conocido suyo... o de uno de sus familiares.
Y siempre es el miedo. El miedo acaba saliendo a escena aunque no se le llame. Está presente en todos los ámbitos de la vida. Es una parte fundamental de un bucle contínuo, de la pescadilla que se muerde la cola. Una cola entrelazada, un ola de la que nunca se acaba de salir.
Y para vencer esos miedos, al final el escritor opta por rebajarse a un mero comentarista de la actualidad.
Y para ese fin, para no correr ficticios riesgos, decide emular a un intelectual, a uno de esos melancólicos críticos de cine con dos metros de patilla con los que uno, mientras este gafapasta demuestra sus reputados conocimientos cinematográficos, se podría echar una larga siesta cual documental de La Dos.
Y también, intentar estar a al altura de los televisivos copresentadores y comentaristas que en turno de mañana analizan la rabiosa y dichosa actualidad política o amorosa, con el únifo fin de que a este humilde, por no decir pobre, y miedoso escritor le invitaran a esas fiestas de etiqueta en la que solo hay que poner buena cara y una sonrisa Profiden.
Y no se daba cuenta que mientras se lo pensaba, había ideado un pequeño artículo con el que rellenar el espacio que ustedes están leyendo, si es que lo leen.
¡Ay! ¡Dichoso miedo!
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Añade tus comentarios