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lunes, 4 de marzo de 2019

¿Es el momento de reformular el Estado de las autonomías?


Ahora que está en boga, en el candelero, el tema del Estado de las autonomías y su posible reforma, unido a la problemática de la despoblación y el asunto catalán y viendo la continua y acentuada caída de provincias como Cuenca, me sorprende enormemente que no haya voces internas en estas provincias que reclamen algún movimiento en este sentido. O si las hay no se les oye.

División provincial de Javier de Burgos

El caso manchego

El 10 de agosto de 1982 se aprueba en las Cortes Generales el Estatuto de Autonomía de Castilla-La Mancha. 

Cinco son las provincias que integraban una región que tenía lazos comunes desde tiempos remotos, aunque no todas por igual. En los años previos hubo contactos y reuniones para conformar los límites geográficos.  Al principio Madrid y Guadalajara entraban en las quinielas.  En los primeros instantes los parlamentarios madrileños querían su integración en la nueva región castellano-manchega pero desde el otro lado no se veía con buenos ojos esa fusión. Aunque posteriormente la fuerza de los votos castizos fue cambiando, a Madrid se le negó su entrada en el ente manchego en 1979 con la fuerza de los votos de la UCD y en especial del PSOE de Ciudad Real y Albacete. 

Desde tierras castellano manchegas se veía con temor que Madrid ejerciera de centralita, en todos los sentidos, frente a sus territorios (con menor fuerza y más alejados). Pero quedó una cláusula en el aire en el estatuto de autonomía para posibilitar una posible incorporación madrileña en el futuro. Cláusula que nunca se empleó.


Los jóvenes tienen que emigrar en busca de un futuro mejor
Guadalajara, que desde el principio parecía tener puesto fijo en la constitución de la nueva autonomía, estuvo a punto de no participar en el experimento manchego (por razones de peso) y hay que decir claramente que se equivocó integrándose en una autonomía en la que poco tienen de manchegos (su territorio tiene de Mancha lo que yo de Heavy) y si mucho de castellanos. Guadalajara, por cercanía e historia común, ha hecho siempre más migas con Madrid que con La Mancha.

En esos años de la transición, de intenso debate, la provincia alcarreña dijo que no iba a ningún lado sin Madrid. Hoy en día hay voces internas que piden su salida del ente autonómico. Sus estudiantes acuden a las universidades madrileñas, el agua de sus pantanos se reconduce a levante y se niegan a viajar a un hospital manchego cuando tienen Madrid a dos palmos.

Cuenca sin embargo si tiene a la Mancha entre sus regiones naturales, pero sus límites han variado a lo largo de los siglos. Por ejemplo, en el XIX, el territorio de la provincia era mayor que el actual, comprendiendo municipios que hoy son de Valencia, Guadalajara o Albacete. Como compensación al tijerazo que se dio en ese siglo, nos dieron unos cuantos territorios de Toledo, entre ellos localidades como Tarancón.




El caso más paradigmático quizás sea el de Albacete. En la previa del partido autonómico formaba tándem con el Reino de Murcia y ni se denominaba Albacete, sino provincia de Chinchilla. Castilla la Nueva, el antecedente de la actual región manchega, fijaba sus divisiones entre Ciudad Real, Cuenca, Toledo, Guadalajara y Madrid. Viejas rencillas y la falta de entendimiento entre dos regiones hermanas como eran Murcia y Albacete propiciaron su incorporación a La Mancha.


Una nueva Castilla

Estamos en 2019 y los datos son abrumadores. Está claro quien ha resultado beneficiado por este cambio autonómico y quien ha salido perdiendo. Las estadísticas ahí están y quien no lo quiera ver está ciego o le interesa hacerse el ciego.

Mi provincia, Cuenca, está cayendo en picado. No parece que pueda ponerse un paracaídas ya que sus cantones vecinos cada vez están más alejados. Y las políticas de las distintas administraciones, los proyectos de futuro, siguen apostando por sus vecinos antes que por ella. ¡La pobre, con lo que ha sido a lo largo de la historia y el potencial que tiene!

Sus hijos han tenido que emigrar para labrarse un futuro; sus viejos cada vez son más y están más solos; ese pedestal cultural que brilló en el siglo XX, la envidia de toda España, la bohemia que hizo de la capital conquense pionera en el arte abstracto, a día de hoy brilla por su ausencia.


Hace pocos años un catedrático de la Universidad Complutense de Madrid, Tomás Ramón Fernández, y varias personalidades de prestigio nacional presentaban un informe titulado “La España de las Autonomías: un Estado débil devorado por diecisiete estaditos”. En él, se proponía una reforma constitucional que redujera el actual número de autonomías en trece.

¿Las razones para tal cambio? Muchas. Pero principalmente, y en boca de su autor, “porque no tienen ningún sentido unidades tan pequeñas y con una población tan reducida como algunas de las comunidades actuales”.

Así la actual Castilla-La Mancha pasaría nuevamente a fusionarse con Madrid para volver a la antigua denominación de Castilla la Nueva, nombre que por cierto no tiene ningún sentido porque igual de antiguos son los territorios de la Vieja como de la Nueva. Pero cambiándole el nombre a esta hipotética nueva Comunidad, el hipotético nuevo proyecto regional podría ser una nueva oportunidad para salvar lo que parece insalvable, la despoblación y abandono en la provincia de Cuenca.


Cuenca se hunde en el fango



En 1983 se perdió la oportunidad de que Cuenca fuera la capital de la región -que difícil estaba ya por razones históricas y de peso político-. Solo tres populares conquenses votaron en contra de que fuera Toledo frente a los 27 votos a favor de los parlamentarios socialistas y 12 abstenciones.

Desde aquella fatídica fecha, el futuro de esta tierra fue recibiendo golpes, se le maltrató poquito a poquito. Sus vecinos fueron creciendo y desarrollando un potencial que nunca habían tenido. De ser simples poblachones manchegos pasaron a tener aeropuertos, industrias, fábricas de helicópteros, universidades, carreteras…mientras que los pobres conquenses se manifestaban para demostrar, por justicia y matemáticas, que la línea recta siempre es la manera más rápida de unir Valencia con Madrid, pasando por la capital conquense claro. Que sin ella y sin inversiones la ciudad y la provincia moría.

Y así ha pasado desgraciadamente. Que a Cuenca se le ha dejado morir. Por inoperancia de unos y otros, por malas decisiones gubernamentales tanto en la región como en la nación, por faltas de inversiones, por falta de peso…

Cuenca no es la única provincia de la Comunidad que pierde población. El mal despoblador que azota a la España rural se está cebando con una amplia parte del territorio regional y nacional, pero en términos generales hay zonas que arrastran un peso demográfico considerable y que están cayendo al vació de forma acelerada.

Algo hay que hacer, está claro. Para empezar redistribuir la riqueza.



El estado de las autonomías se creó para vertebrar económicamente España

El Artículo 138 de la Constitución Española dice, textualmente, que “El Estado garantiza la realización efectiva del principio de solidaridad consagrado en el artículo 2 de la Constitución, velando por el establecimiento de un equilibrio económico, adecuado y justo entre las diversas partes del territorio español…”. Y uno se pregunta qué narices está haciendo este estado. Está incumpliendo su propia constitución desde hace varios años.

Ahora que se habla de la despoblación, de la España vacía, ¿No deberían distribuirse de una manera más equitativa los presupuestos que pagamos todos los españoles? ¿los conquenses, turolenses, sorianos y demás regiones de la España marginada contamos menos que los gerundenses, madrileños o vizcaínos? ¿no será el momento de reformular el Estado de las autonomías?

Puede que no sea la solución. Pero quien sabe. Por lo menos merece la pena abrir el debate.



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