Páginas

lunes, 5 de junio de 2017

Un apoyo para VCS


Amigas, puestos a colaborar con este movimiento, que a la par que agradable y conmovedor, acurruca nuestros débiles cuerpos y los entumece en un sueño de bienestar, os paso a contar cual ha sido mi saludable dieta del día de hoy. Día en el que, por cierto, el sol brillaba de una manera superespecial y mágica. 

Para desayunar, por motivos de falta de tiempo en alimentarme con la que se nos presenta como primera comida del día, el sano breakfast, lo he omitodo, pensando también en que un ayuno a tiempo es una victoria para nuestra tripita.

Así, a media mañana me ha empezado a dar señales mi entrañable intestino delgado -y creo que también el grueso- en forma de graciosos sonidos guturales que no hacían sino ponerme una sonrisita en la cara y animarme a enfilar con mas fuerza y ánimo, si cabe, el sensacional acto de trabajar que venía desarrollando desde hace cuatro horitas de nada. Pero me he dicho a mi mismo: chico, este cuerpecito hay que mimarlo. Mantente firme y aparta la vista de ese bocadillito de magro con tomate que llevas en la mochila. Y he vencido la tentación como digno representante del movimiento VCS (Veganos con el Culo Sano).

He alimentado mis ansias hambrunas de mediodía con una hamburguesita de merluza, a la cual he acompañado con una ensalada light de la huerta ecológica y un trocito minusculo de queso, también light. 

Ya entrada la noche, antecedido del saludable ejercicio consistente en subir y bajar escalering del corting inglesing, para saciar, sin ánimo de abusar, el natural apetito que suele venir precisamente a estas horas donde el sol se tiende a acurrucar para dar paso a la oscura y juguetona noche, me he dispuesto una agradable y sana cena consistente en una tacita de leche acompañada de una consistente cucharadita de semillas de chia y unos copos de avena. Y, solamente para compañar, por eso de endulzar, he mojado en el café con leche la mitad de una torta de manteca. Solamente con el ánimo de edulcorar la sana combinación.


Y así el día se ha pasado y mi tripita va desapareciendo y se me está quedando un tipito la mar de mono. Además mi doctora me dirá que el colesterol ha desaparecido. Y si yo puedo, vosotras podéis.

martes, 11 de abril de 2017

Holy Week



Semana Santa, camino de partir, tiempo de orar -el que crea y no deje de creer-, periodo de descanso vacacional, tiempo de playa. Una tradición antiquísima que se repite todas las primaveras y que no deja indiferente a nadie. 

Los americanos nos identifican con el Ku Klux Klan; para los ingleses este tiempo, que rememora los últimos días de Jesús, su muerte y posterior resurrección, es sinónimo de playa, buen tiempo y paella, aunque hay muchos que se mezclan entre el gentío de las ciudades semanasanteras del interior. Los japoneses también van viniendo cada vez más, son fácilmente identificables por sus rasgos y vestimenta cual Indiana Jones. 



Pero ¿y los españoles? ¿Cómo afrontan esta curiosa semana los españolitos de a pie? 

Pues hay de todo, como en botica. Aquí se diferencian claramente dos grupúsculos según su ideología política. Pero también se pueden clasificar por zonas de residencia, por las raíces -que tiran mucho-, si han mamado o no la tradición religiosa y costumbrista desde la niñez, por experiencias, etc.

Se puede decir,  y en la mayoría de las ocasiones no se falla en el pronóstico o prejuicio, que las personas con una ideología o voto de izquierda -sobre todo las de extrema izquierda- son reacias a este culto mariano y jesuita que en estos días recorre las cuatro esquinas de la piel del toro. Prefieren huir de las procesiones y rendir otro tipo de culto: el de la montaña, la naturaleza, las playas... También los hay, por increíble que parezca, los que viajan en estas fechas a ciudades europeas o a New  York. Qué Dios les coja confesados.

En el extremo opuesto del gráfico se sitúan los votantes de derecha. Estos tienden a ser muy capillitas, como se suele decir por el sur. 

Los de derecha de toda la vida son claramente reconocibles por sus vestimentas de etiqueta (siempre me he preguntado como en Sevilla, a 35 grados a la sombra, pueden sacar el trajecito de la boda), sus crucifijos y conocimientos semanasanteros. Algunos parecen que han hecho carrera desde chiquititos y son algo jartables. Son los llamados frikis de la Semana Santa, como decían en el programa de Carlos Herrrera.

Pero como no es bueno tirar de tópicos en la vida ni generalizar -salvo en el futbol-, el que sí ha mamado la Santa Semana cristiana desde pequeño -ojo, que al principio me escondía. Me daban miedo esos capuchinos- y ha visto actitudes y opiniones de aquí y de allá, se encuentra con derecho a opinar sobre esta costumbre muy española de sacar tallas de madera con ricos vestidos a la calle. Opinar si pero con precaución porque en este país por un mero chiste te meten entre rejas.

Lo que uno ha presenciado en su ciudad son ciertos comportamientos de sabelotodos que rayan el surrealismo. Si, esos pretendientes a hermanos mayores que les encanta dialogar, discutir y dar a conocer sus conocimientos sobre tal talla, las andas de cual o el guión de aquel. A su vez, hay cientos de hermanos que se limitan a salir en la procesión, otros ayudan a su hermandad en lo que pueden.  

Los hay que son meros aficionados y otros que llevan toda la vida en estos menesteres. A algunos la palabra cristiano no les favorece puesto que sus palabras y sus obras no van en concordancia. Otros sin embargo, sin profesar la fe, dan más ejemplo que cualquiera de los anteriores.

Foto de David Saugar


Desde fuera de estos ambientes, por parte de personas que no tienen esta tradición en sus lugares de origen o que han decidido no formar parte de este mundillo, bien por su ideología o por otros motivos, te miran extrañados cuando les pregonas con cariño el gusto por la Semana Santa. Y es normal en pleno siglo XXI... aunque uno también ha tenido que aguantar ciertos comentarios irrespetuosos en ciertos ámbitos laborales y sociales. Así, la callada ha sido la respuesta por mi parte, la más inteligente frente a la ignorancia.
Porque el que no ha conocido esta costumbre se piensa que todos los que participamos o degustamos de ella somos unos fachas religiosos hipócritas. Y no es así. Como sucede en mi caso. 

En Semana Santa soy un marqués de treinta y pico años al que le gusta recorrerse las calles de arriba a abajo buscando el maravilloso ambiente de estos días, intentando localizar el mejor rincón para escuchar esa marcha que te hipnotiza, rememorando costumbres de toda la vida que tan buenos recuerdos me traen en la conversación con aquellos amigos que hace un año que no ves o tomándote unas cañitas en los Arcos. A la vez, disfruto viendo películas de temática histórica relacionada con la vida de Jesús, la religión, romanos o la Biblia. Y si es a la hora de la siesta mejor.

¡Pero ay amigos!, en cuanto pasa el Domingo de Resurrección y ya el capuz se ha metido en el baúl de los días felices, volvemos a nuestra rutina diaria. Si piso la iglesia es alguna vez para llevar a mi madre. Mi vista a partir de entonces está puesta en descubrir otras culturas, lugares y personas, abiertas de mente, solidarias y sabias.

Es contradictorio, lo se... Resulta difícil de entender pero es que uno en estos días ha buscado toda su vida la plasticidad, la música, el teatro y también el reencuentro con la familia, sus raíces, los recuerdos de tiempos felices cogido de la mano de su padre mientras se emocionaba ver subir al Jesús del Puente, aquella noche de Turbas en la que granizó hasta las cinco y media de la mañana y después paró para poder ver salir al Chule del Salvador, los Martes Santo entre los amigos del Bautismo por esas callejuelas de Dios y el resoli de Antonio, los chistes del Potorro en la noche de Turbas, las mañanas soleadas acompañando a Las Angustias y el bocata posterior en la Plaza....

Se puede decir que en personas como yo, la Semana Santa es más una tradición que un movimiento de fe....aunque parezca incompatible. Pero solo el que lo mama o lo vive, el que tiene la mente abierta lo sabe. No es que seamos ateos ni agnósticos sino solamente que creemos de otras formas y en otros conceptos.

martes, 7 de febrero de 2017

Mereces la pena

Sí, con el tiempo se puede. Claro que se puede.

Sí, la vida merece la pena.

No te hagas más esa pregunta.

Te van a dar por todas partes. Aunque te cubras con una coraza o te vayas a la luna para, por completo, desaparecer, seguro que algo te pasará.

Alguna persona en la que confiabas, un día señalado, te pondrá triste; algún malnacido cuervo, justo cuando el cielo estaba despejado, te cagará encima; o el autobús de las ocho se habrá marchado justo en el instante en que, corriendo como un loco, llegues a la parada.

Seguro que el día más feliz de tu vida recibes una mala noticia, Dios no quiera que sea una desgracia. La chica a la que amas con locura, aquella a la que juraste amor eterno, volverá a la Madre Tierra.

O algunos de tus familiares son presa de una maldita epidemia, de ese maldito cáncer que a todos nos golpeará en algún momento de la vida... Y tú te ves impotente, sin saber qué hacer... preguntándote porqué a ti.

Te podrás pasar décadas maldiciendo tu existencia y la del creador. Acabarás abrazando la fe como último recurso o para la indeseada consulta del psicólogo sustituir. Llegarás exhausto al último peldaño de la escalera vital y te seguirás preguntando porqué a ti.

Y cuando sientas ese inmenso vacío en tu corazón dejarás de una vez por todas la senda equivocada. Y por fin empezarás a dar gracias.

Estar agradecido será tu salvación. No me preguntes porqué lo sé. Te aseguro que es así. Ser feliz internamente será la barca con la que navegar con rumbo fijo, viento en popa a toda vela.

Porque, ¡escúchame! ¡La vida merece la pena! Y esto es un suspiro.


Tú, mereces la pena. Y si tú cambias, todos empezamos a navegar a la vez.

Se puede salir, se puede sentir, se puede reír, se puede llorar. Es bonito también llorar.

¡Viva la vida! ¡Viva tú!



sábado, 4 de febrero de 2017

¿De qué va la historia? Autonotas con desgarro.

Él buscaba siempre una historia que contar. Y no se daba cuenta que su propia historia era la más fascinante de entre todas las que se le pudieran ocurrir.

Pero no acababa de convencerse de ello. No tenía claro que sus vivencias pasadas o presentes fueran dignas de merecer las miradas de un solo lector que no fuera conocido suyo... o de uno de sus familiares.

Y siempre es el miedo. El miedo acaba saliendo a escena aunque no se le llame. Está presente en todos los ámbitos de la vida. Es una parte fundamental de un bucle contínuo, de la pescadilla que se muerde la cola. Una cola entrelazada, un ola de la que nunca se acaba de salir.

Y para vencer esos miedos, al final el escritor opta por rebajarse a un mero comentarista de la actualidad.

Y para ese fin, para no correr ficticios riesgos, decide emular a un intelectual, a uno de esos melancólicos críticos de cine con dos metros de patilla con los que uno, mientras este gafapasta demuestra sus reputados conocimientos cinematográficos, se podría echar una larga siesta cual documental de La Dos.

Y también, intentar estar a al altura de los televisivos copresentadores y comentaristas que en turno de mañana analizan la rabiosa y dichosa actualidad política o amorosa, con el únifo fin de que a este humilde, por no decir pobre, y miedoso escritor le invitaran a esas fiestas de etiqueta en la que solo hay que poner buena cara y una sonrisa Profiden.

Y no se daba cuenta que mientras se lo pensaba, había ideado un pequeño artículo con el que rellenar el espacio que ustedes están leyendo, si es que lo leen.
¡Ay! ¡Dichoso miedo!